La vista es el sentido aventajado en mí en el comienzo de un bordado. Los ojos me conducen de los símbolos, que representan el color, a los hilos. Hilos de colores diferentes, que se corresponden con el mismo número de símbolos. Cada color y a su vez cada hilo, se convierten en un ideograma.

Cuando mis manos comienzan a codificar las hebras, la percepción visual se acompaña de la del tacto. Ningún otro sentido aparecerá en el escenario creativo.  Finalmente avanzaré lentamente por el esquema de una imagen digital desmembrada en partículas diminutas de color, los píxeles.

Las flores de Londres, cuarenta y cinco mil puntos de color agrupados entre ellos en una alianza cromática de la que surgió un lenguaje artístico que mediante símbolos me fue acompañando hacia la reproducción de la imagen. El lenguaje simbólico sintetizó en setenta y cinco hilos-pigmentos la imagen que al final del proceso aparecería en la tela.

Una imagen que capté hace un tiempo con mi cámara fotográfica. Que guardé celosamente, sabiendo que algún día la reproduciría fielmente sobre una tela píxel a píxel.

Hasta aquí la técnica empleada en la elaboración de Las flores de Londres no varió mucho de la utilizada en otros bordados ya realizados.

Mi intención era volver a fotografiar esas flores sobre una tela utilizando hilos, aunque el tedio se apoderó de mí a medida que bordaba el entorno de lo que en su día captó mi atención.

Las flores eran la esencia de la fotografía; podían haber estado en un jarrón, sobre una mesa, en un jardín o haber formado parte de unas malas hierbas crecidas al azar. Independientemente de su contexto hubieran despertado mi atención. No fueron el jarrón, ni la mesa, ni el jardín, ni las malas hierbas, lo que en su día me cautivaron. Por lo tanto debía evolucionar en el proceso creativo y modificar la imagen directamente sobre la tela.

Seleccioné aquellos puntos de color que no formaban parte de las flores y sí de su entorno. Hubieron puntos que deshice sobre la tela y otros que ya no llegué a bordar.

Así conseguí descontextualizar la imagen, llegando a la conclusión de que el entorno no es importante cuando el objetivo fotografiado está ya en la tela. El contexto del objeto o del ser animado pasa a ser un residuo que permanece eterno en la fotografía y yo tengo la capacidad de eliminarlo en la tela.

Montserrat  Gual

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